Familia en la mesa, con las pastas, el vino y nuestro pan de cada día; con cabecera y cabezazos que invitan a bailar entre la balacera de lazos, jerarquías, cuentos sonámbulos y “si, papá”. Mamá es la mujer más hermosa, papá el hombre más fuerte, mis hermanos y hermanas, príncipes y princesas y yo… ¿y yo que mierda soy? Entero, hetero, erecto.
La sangre nos une de por vida y como la pija de papá es enorme y necesita mucha, mucha sangre para pararse, el padre-vampiro chupa tu sangre y cuando no puede pega, acaba, descalifica, siente pánico y mata.
¡Todos a la misma tumba! Gritan, mientras nuestras venas se desparraman contra la corteza del árbol que no nos sostiene, sino sólo a nuestras letras.
¡A la misma tumba, por familia! Exclaman, mientras nos lloran como a uno, nos odian como a uno. Mi mano se posa sobre el pene flácido de mi hermano, el ano de mi padre se traga la boca de mi hermano, y por el choque la cabeza se retrae oprimiendo una de mis tetillas, que la concha de mi madre la dejaron duritas, bien arriba.
Así hasta la eternidad, de roces, de silencios, eternidad de heridas, eternidad de amor. Unidos unos a otros de por vida, sin escape, sin pérdida de memoria. Uno para todos y todos a la misma tumba. La competencia vuelve a empezar.
ADP
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