martes, 7 de abril de 2009

Atacan a la comunidad Trans de Villa Luro


Nota original del suplemento Soy de Página 12:

La seguridad de los otros



El 28 de febrero, Mariana Paz esquivó de milagro el tiro que le disparó un vecino de Villa Luro. Un mes después, circuló una carta anónima lucubrada por alguien del mismo barrio. “Echar o eliminar” a las travestis, como Mariana, de la zona, propone la letra que sella una violencia tan intensa que parece de otras épocas, pero que sin embargo se puede advertir tanto en este episodio como cada vez que se reclama “seguridad” a costa de la más elemental protección de los derechos humanos.

Villa Luro está ubicada a un costado de Rivadavia al 9500. Se lo llamó “barrio de las calles románticas”; muchas tienen nombre de escritores (Dante, Byron, Homero). Las casas tienen techos a dos aguas, algunas forradas en mármol o con piedras Mar del Plata. No se ven, casi, rejas. Sus veredas son tranquilas, arboladas, andar por aquí de noche es como pasear bajo una pérgola. La iluminación no proviene de postes sino de faroles que cuelgan por encima de la calle. Un instituto de inglés, algún almacén, talleres mecánicos, son los negocios más vistosos.

“Estos hombres vestidos de mujer están ensuciando nuestro barrio, podrían tranquilamente ir a el lugar que el gobierno de la Ciudad les dio, en Palermo, pero no; también podrían hacer lo que hacen en la puerta de sus propias casas, pero no, lo hacen en las nuestras.”

Mariana Paz pagó cara la discreta rebelión de haber saltado la valla impuesta por otros vecinos y por el gobierno de la Ciudad a las travestis que se ven en la necesidad de prostituirse. Ella no lo hace en Palermo; hasta hace poco y durante dos años lo hizo allí, en Villa Luro, el barrio de las calles románticas, la clase media trabajadora y ese declive evidente que se adivina cuando se acerca la General Paz. Fue así hasta que, una noche de carnaval, Mariana Paz supo que la suerte podía estar también de su lado: un vecino salió de su casa, le apuntó con un arma en la cabeza y lanzó un disparo. Ella pudo agacharse y zafar. Tuvo suerte, sí, aunque ya no volvió a la esquina que había elegido para ganar su propio dinero. Es que, a veces, el miedo manda.

Después de ese día, varias de las compañeras de Mariana fueron atacadas: a una le pegaron, a otra le cortaron un dedo, a otra le lastimaron la cara. Las obligaban a escaparse, a salir corriendo.

“Somos un grupo de vecinos anónimos que se decidió definitivamente a entrar en guerra con estos hombres vestidos de mujer; si querés sumarte, leé y actuá. Vamos a trabajar en forma anónima y desvinculada, como lo hace el terrorismo, es decir, no tenemos que juntarnos, ni discutir nada, sólo tenemos un objetivo en común que es eliminar a estos travestis de nuestro barrio; para hacerlo, todo tipo de agresión hacia ellos es válida, cuanto más violenta, más miedo les va a causar y más rápido se van a ir; pero como mencionamos antes, todo suma para echarlos.”

La agresión a Mariana o a sus compañeras no fue noticia. Quedó a salvo, amparada por la tranquilidad y el silencio del barrio de las casas bajas. El folleto que llama a actuar con métodos de terror, en cambio, circuló por diarios, revistas, programas de televisión y hasta organismos oficiales. Lo que estaba escrito no pudo ocultarse: fue prueba suficiente para habilitar las muecas de espanto en una ciudad que se jacta de “tolerante” pero que, a la vez, tolera las agresiones a personas trans en silencio. (Según la última encuesta realizada por la activista Lohana Berkins, el 91 por ciento de las travestis sufrió violencia. ¿Será que el testimonio de las afectadas no tiene el poder de prueba que tiene la letra impresa?)

Sin embargo, no hay ahora en las calles que honran a la literatura ningún folleto a la vista, ninguna proclama exigiendo acción para frenar la “inseguridad” y la “desvalorización de las propiedades”. Ni la mano que la arrojó ni la piedra son ya visibles. Aunque también es cierto que tampoco es posible encontrar a las travestis que antes se ganaban la vida exponiendo su cuerpo en una esquina. El miedo aconseja prudencia pero, al menos en este caso, no inacción. Mariana Paz hizo, en su momento, la denuncia. Tiene la dirección exacta de su agresor: Rafaela entre Leopardi y Manzoni. ¿Cómo no sospechar que fue ese hombre quien tipeó el manifiesto transfóbico? Toda esta información fue recogida por los abogados del Inadi, quienes acaban de iniciar una causa penal para esclarecer el episodio. El corazón de la acusación es apología del delito, cita el derecho a la igualdad y a la no discriminación, a la vida, a no ser sometida a tratos crueles ni degradantes. El expediente acaba de redactarse y Soy tuvo acceso. Remata: “En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires existen normativas que convocan al respeto a la autodeterminación sobre el propio cuerpo y la identidad autopercibida de las personas. Así, el Art. 11 de la Constitución garantiza que las personas tienen idéntica dignidad y son iguales ante la ley. Se reconoce y garantiza el derecho a ser diferente”.

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Para leer la nota completa:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-678-2009-04-07.html

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